6/23/2007

DOS: la fruta más peligrosa




Son las seis de la mañana. He pasado dos semanas sin mi perro. Estoy despierta y no tengo sueño. Siempre me levantaba a esta hora para darle de comer. Ahora amanezco sentada, en esta silla, mirando a las moscas sobrevolar por ese pedazo de tierra remolida. Usurpan los tejidos descompuestos por el verde de la grama. Cuando pequeña, mi madre me enseñó a no comerme las semillas. Siempre me hizo creer que un árbol crecería dentro de mí. Y que las ramas se alargarían, saliéndose, por mi boca.


Odio decirlo, pero tuvo razón. A los cadáveres les crece pasto en sus intestinos. En las palabras de mi madre, podría decirse que les crece un árbol. Yo vivo rodeada de árboles. Muy a menudo pienso que, en vez de árboles, vivo rodeada de animales catalizados por la espesura de la tierra. También veo a los humanos como animales; así que, por las mañanas, nunca me siento sola. De vez en cuando, me da por salir a caminar descalza por la parte trasera de mi hogar. Mis manos me tiemblan cada vez que las acerco para sentir los troncos de madera. El pánico se debe a que sé que, un día, me devolverán el tacto con sus ramas. Hace poco confundí su contestación por el movimiento que les provocó el viento. Pensé que me había llegado la iluminación. Abrí la boca con el esmero de que alguien o algo se apoderara de mí. Sólo recibí la caricia de hojas secas en mi lengua.



A los cadáveres, luego de ser presionados bajo la corteza del suelo, les comienza el proceso de naturalización. Vuelven al polvo, al fango, la roca y la arena. Esto es lo que se conoce como tierra. La señorita Misis Estrella llevaba todos los lunes al salón una pecera, para ese entonces, muy peculiar. No tenía agua ni peces adentro. La primera ocasión que cargó con ella todas las niñas y niños corrieron hacia su escritorio. Yo me quedé quieta, sentada en el pupitre. No puedo explicarles, pero, en ese momento, presentí la maldad atrás del espectáculo de la pecera que, en fin a cuentas, no era pecera. Ocultaba un conocimiento demasiado severo para la ignorancia de aquellos pequeños espectadores. Dentro de la pecera había un laberinto de tierra. Los gusanos seguían el rumbo inequívoco entre las vitrinas de cristal. Misis Estrella pareció haber decorado los pasadizos de la pecera con cofres de piratas, diminutos letreros que leían “Bienvenidos a nuestro hogar” y, sobre la superficie, grama artificial junto a rastrillos y personas miniaturas de juguete. Siempre tuve la mala impresión que el “nuestro” del letrero no era exclusivo a los gusanos.


Me pregunto si a los gusanos les ha sabido exquisito mi perro. Retiro lo dicho. Quizás no se trate del gusto. En mi nevera hay una larga fila de hormigas. Me da miedo darme cuenta que, al abrir el empaque de jamón, las hormigas hayan consumido de la carne. Todavía no ha sucedido. No sé qué es lo que las atrae a la nevera. Ni siquiera de dónde provienen. He intentado seguir su tramo, pero doy por vencida cuando llego desde la nevera hasta afuera de la casa. Se pierden entre la infinidad de la grama. Me alegra pensar que le estén llevando de comer a mi perro. Pero para satisfacer su estómago se necesitan más que hormigas y gusanos. Desde muy temprano, al amanecer, exigía de mis hendiduras. Yo le preparaba la comida. Él se recostaba en el suelo mientras observaba el movimiento forzoso de mis caderas al rebuscársela en el saco. Ahora me encuentro en la mesa de desayuno, mirando hacia fuera de la ventana. Tratando de traducir el idioma de los árboles. El jamón en mi boca. Y tragando la ausencia de su sal.


He espantado algunas moscas de mi plato. Parsimoniosas, sugieren que les guarde un pedazo de jamón. La piel de cerdo es muy parecida a la mía. Demasiada parecida a la textura de la piel humana. Las moscas siguen insistiendo en su vuelo sobre el jamón. Antes no tenía este problema. Si me recuerdo bien, nunca tuve que espantar moscas de la comida. Mi familia y yo solíamos vivir en el campo. Cada noche nos permutábamos en una sola habitación. La hora de dormir siempre fue precisa. Recuerdo que apagábamos todas las luces. No se podía ver nada en lo vasto de aquella oscuridad. Tenía que esperar a que mi pupila se ajustara para poder ver la complejidad de los grises. En ese cuarto aprendí que existen sombras que paren sombras. Como el movimiento de aquellas palmas sobre los contornos de otras plantas y aves. Cada una extrayendo su propia y distinguible sombra. La sombra de mi padre era la primera en morir. La mía siendo la última. Las moscas se pegaban a la boca de mi padre. Él parecía escupirlas con sus exhalaciones. Casi no sucede, pero, en esa habitación, también aprendí que las moscas algunas veces se equivocan.

Jamás he estado segura si Misis Estrella estuvo consciente de la moraleja atrás de los gusanos. Quizás su madre nunca le advirtió sobre el peligro que conllevaba tragarse las semillas. Un viernes la maestra decidió celebrar el día de las frutas. Cada una y uno teníamos asignado llevar nuestra fruta preferida. La mayoría de los estudiantes trajeron peras y manzanas. Yo llevé una ciruela. A todos nos tocó explicar la razón por la cual, la fruta que habíamos escogido, era nuestra preferida. Luego de haber terminado con mi discurso, todo el salón se llenó de risas. Algunas niñas lloraron del pánico. El sólo pensar que sus cuerpecitos sufrirían una implosión repentina las volvió histéricas. Yo me quedé calmada. Tras que había escogido la fruta de semilla más grande, conocía que los edificios nuevos, usualmente, no se derrumban.


¿Qué habrá sido de ellas? ¿Qué del temor de aquellas niñas? Disueltas, me las imagino ahora madres de criaturas igualmente aterrorizadas. Criaturas cultivadas por el verde que hoy comienza a encerarse en el estómago de mi perro. Insolentemente, el esmeralda planta sus raíces desde el pecho a la cabeza, hasta romper su cráneo, divulgándose a la tierra. Las hojas le nacen, y junto la risa de las hormigas. Ese día, en el salón de clases, pude descifrar el llanto más punzante. Sobre el escritorio estaban colocados sus tacos, su espalda y cabeza arqueada mientras se llevaba una fresa a la boca hecha carcajadas. Misis Estrella cayó casi muerta del asiento. La fresa, mi madre dijo, es la fruta más peligrosa.

9 comentarios:

Ëthel dijo...

Interesante, aunque perdí el hilo en varias ocasiones, los cambios de temas son muy bruscos y hay partes que necesitan editarse un poco (creo)... pero aún así me gusta.

Eso de que a los cadáveres luego los invaden las raíces lo he pensado antes; por eso cuando muera quiero que me entierren a cuerpo pelao y que siembren un arbolito en la tierra que quede sobre mi cuerpo. Así por lo menos la carne muerta puede dar vida de nuevo... que sea como una forma de seguir viviendo.

Astrid J. Lugo dijo...

Me gusta, muy atrevido en estilo, me intrigan los propósitos detrás del texto. Gracias.

no apta para la humanidad dijo...

"Cuando pequeña, mi madre me enseñó a no comerme las semillas. Siempre me hizo creer que un árbol crecería dentro de mí. Y que las ramas se alargarían, saliéndose, por mi boca."
uuufff...Genial. Eso me voló la cabeza.
Me gustan mucho las imágenes que se trabajan en el texto y la morbosidad abyecta del personaje.
Está muy interesante. Ahí seguiré pendiente...

Ana María Fuster Lavin dijo...

En lo personal, prefiero la incineración, así que me quemaré hasta las cenizas dejando raíces y gusanos hambrientos...
pero siempre me ha parecido fascinante el enterramiento culturalmente, es terriblemente apasionante tu texto, sigue trabajando ese lado oscuro, lo digo en serio...
un abrazo

Astrid J. Lugo dijo...

Sarah, tienes un problema de continuidad Dime, qué vamos a hacer tus lectores con tu inconsistencia? Suelta la alcapurria, llévate el juguito de parcha al lado de la mesa de creación (que por este no te podemos culpar, yo misma comparto ese vicio)y escribe, háblanos de tí, de tu afición por las imágenes crudas, los dientes de perro, la putrefacción, vas?
Un abrazo, Sarita.
-AJL
PS: Hace tiempo no te veo, dónde andas? En qué parte del mundo te escondes? Un abrazo de regreso.

Astrid J. Lugo dijo...

Bueno Sarita, no permitas que las mujeres o cualquier ente "bi-gay" sea obstáculo más que inspiración. Espero leerla pronto mordelona.
-AJL

Alondra Girondo dijo...

sara, no te pongas brava conmigo, todo es un juego, besos en la ausencia de los que podía dar la lengua de tu perro.
AlóN*

Rafael Acevedo (a.k.a Rafah, Sirreal) dijo...

Montenegro, hace unas semanas le pedí permiso para publicar unos textos. Retomo la conversación. Preparamos el tercer# de La secta de los perros, una revista que sale cuando se puede. No nos interesan los hilos derechitos sino el tejido completo, por eso crremos que usted aportaría cosas buenas. Usted me dice.

Asdrúbal Huerta dijo...

No se quien eres pero que buena pluma tenes. Tengo que detenerme a felicitarte. El enlazamiento continuo de las ideas tal como se comporta el pensamiento, los contenidos y las reflexiones morbidas, la aparente obsesion no tanto con la muerte sino con la putrefaccion. Tenes talento, lo demas es edicion (sorry este keyboard no tiene acentos)